3.4.13

IRA. / Un post que no tiene nada que ver con estar enfermo.

(Enfadados todos exageramos mucho, una amiga me ha dicho que este texto es muy de loco, quizá un poco lo estoy, pero os prometo que no llegaría nunca a hacer lo que a veces pienso, aunque pensarlo ya sea algo preocupante. Soy un tio pacifico, todo amor y comprensión, de verdad, lo prometo.)

- Quiero matarlo, te lo juro, quiero que desaparezca de mi vida. Hundir su puta cabeza en el barro y no soltar la mano hasta que deje de moverse.
-¿En barro?¿Le quieres ahogar en barro?
- Es que quiero que se ensucie también. Que muera sucio. Embarrado.
Llovía, no había caído una gota en todo el día, estaba soleado, casi cálido pero ahora llovía como si el mundo se fuese a acabar. Había sido un buen día hasta entonces, todo había ido rodado. Chupa de cuero, zapatillas ligeras de lona, un largo paseo y una visita al médico que se había saldado con un gran consejo, más sexo y más bici.
Había comido bien, había empezado a leer un par de libros interesantes para unos proyectos de futuro, había visto a una mujer preciosa volverse aún más bonita, había tocado la guitarra, buena mierda además, habían salido un par de canciones curiosas.
Pero ahora la ira se arrastraba por sus venas como un veneno, como una salsa espesa que hacía a su corazón latir con más fuerza, con más intensidad. Su cerebro se estaba emponzoñando, su amigo le miraba asustado, sin saber bien que hacer.
- Estoy muy hasta la polla de esta mierda, no sé de dónde cojones sale esta gente, a qué coño se dedica, qué hace con su vida que tiene que andar tocándome a mi las pelotas.
- Hombre, no es por joder, pero te lo has buscado tú solito.
Sus manos se cerraban en dos puños apoyados sobre la mesa mientras él trataba de esquivar la mirada de su amigo. Todo se nublaba, una neblina roja que hacía que la violencia, como única solución, cobrase aún más sentido. Estaba en desventaja, la ira hacía que no pensara con claridad, quería matar o morir, tenía calor, sudaba.
La lluvia golpeaba la ventana como queriendo recordarle que tenía una misión, un repiqueteo que en su cabeza sonaba como un bombardeo, como una confirmación de que todo lo que quedaba por hacer era matar o morir.
- Matar o morir Manu, matar o morir, no encuentro otra solución a esto.
- Piensa en cosas bonitas tío, no sé, pechos, Potente, ¿pechos potentes? O si no en la carcel, barrotes, jabón, duchas.
Dos imágenes en su cabeza, Potente y duchas, estaba un poco más calmado, pero ahora se había puesto cachondo.
El té aún humeaba en la taza delante suyo. El local era gris azulado, con unas mesas de madera aparentemente recogidas de la calle, las sillas también, sin casar unas con otras, eran restos de otros locales, otros espacios, que junto con la barra y una estantería de farmacia antigua o de archivador de cajón pequeño que ocupaba toda la pared detrás de él formaban un espacio compacto, acogedor y familiar. Las lamparas que colgaban del techo eran bombillas dentro de una estructura metálica ceñida a la forma de estas y sostenidas bajo un plato metálico, le recordaban a las de una mina de los tiempos del "far west". La barra alargada en forma de "L" tenia un expositor para tartas vacio, tres grifos de diferentes cervezas internacionales y a tres parroquianos, hombres mayores, perdedores de barrio, historias vivas que se arrastran por una ciudad que en cuestión de minutos se le había vuelto hostil.
- Las palabras no se me quitan de la cabeza, no puedo tío, en serio, no puedo más.
- Hombre, tampoco es para tanto, es decisión suya, lo que otros digan no va a cambiar la manera en la que ven el mundo, no te rayes más, además…
- Además los cojones, es putamente trágico, ¡LE VOY A RAJAR!
- Va, a tope entonces, yo te hago de coartada.
Pasaban coches de vez en cuando por la ventana en la que la lluvia seguía con su redoble de tambores, coches antiguos, contaminantes, coches de un país en crisis que, como la ira, formaban un flujo de suciedad y ruido en su cabeza. No veía nada más, no oía nada más que su corazón bombeando en las sienes, repitiendo una y otra vez las palabras que había oído. Una y otra y otra y otra vez. El móvil sobre la mesa sonó de golpe sacando a los dos de su conversación. Quizá era la respuesta que él esperaba, quizá era alguien capaz de hacerle salir de ese estado homicida en el que se encontraba. Miró esperanzado, buscando una salida, como quien desde el fondo de un pozo mira hacía la luz que le llega desde lo alto y como quién se encuentra en un pozo, si bien el mensaje que acababa de leer le había bajado un poco el calentón, no alcanzaba la salida, entonces supo, en ese momento que lo mejor sería beberse el té cuánto antes y salir de ese bar, de esa ciudad, encerrarse unas horas, desconectado y no pensar en nada, dejar que la ira se diluyese en si misma hasta nuevo aviso.
- Manu me piro, que se me está yendo la olla.
- Va voy contigo que o te pongo correa o aún le pegas un mordisco en la cara a alguien.
- Eres un gilipollas.
- Si pero te quiero hermano.
- Y yo a ti.
- ¿Quieres que la liemos de alguna manera?
- Pues no estaría mal, pero a mi hoy se me puede ir de las manos un poco.
Salieron a la calle, bajo la lluvia, tapados todo lo que podían dentro de sus parcas andando rápido pero disfrutando de mojarse, en esto eran aún como niños pequeños, unas cuantas gotas no les asustaban. Él notaba además como el agua fría en sus manos iba calmando sus nervios, se quitó la capucha y dejó que la lluvia fría golepase su cabeza, notó las gotas arrastrarse por su nuca y su frente y así poco a poco ya no quería matar a nadie, sintió cómo la pelea estaba ganada, no era necesario llegar a las manos, o más allá.
La verdad es que ya casi ni recordaba qué es lo que había pasado, así es la ira, como viene se va, ahora la lluvia y su amigo le acompañaban calle arriba, ninguno de los tres tenía prisa, los coches seguirían durante todo el día llenando la ciudad de suciedad, las historias del barrio seguirían en los bares, o resguardándose en sus casas, los modernos seguirían sorbiendo sus cafés de cafetera italiana especial y por ello más caros, y habría mil oportunidades más para dejar que la ira tomará el control.
Mil imbéciles, mil palabras fuera de lugar, mil momentos raros, mil contratiempos, mil excusas. La ira encuentra un camino siempre. Pero así como viene, también se pasa.
- Tío ya no le quiero ahogar en barro.
- ¿No?, ¡Qué cosas!
- No, ahora sólo quiero hacerle comer su propia mierda.
- Tienes mucho estilo.
- Sí, y soy todo amor.
Siguieron andando, Manu rodeó los hombros de su amigo con un brazo y giraron en la primera esquina.
En Madrid seguiría lloviendo al menos unas horas más. El día no iba a terminar bien, no tan bien como había empezado, pero por suerte no habría que lamentar perdidas humanas, ni materiales. Todo estaba tranquilo.

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